Es posible y necesario un nuevo rumbo para nuestra Argentina. Es posible a pesar de cerrar un año difícil y complejo. Lleno de obstáculos, incertidumbre y muchísima angustia. Donde, una vez más, los argentinos nos encontramos enfrentando una crisis. Tal vez una de las más profundas e importantes que se tenga memoria desde el 2001. Con indicadores sociales y económicos alarmantes. Con niveles mensuales de inflación altísimos y que los países vecinos acumulan recién al año (a noviembre Chile acumulaba 6,3 en el año; Uruguay 7,8; Brasil 9,2; y Argentina 51,2). Con la mitad de los jóvenes menores de 30 años sin trabajo, el porcentaje más elevado de desempleo joven de la región y el salario más bajo. Con un enorme deterioro de la clase media que cada vez tiene menos posibilidad de ahorrar pasando de 13,9% que podía hacerlo de acuerdo a sus ingresos en 2011 a solo 8,4% en la actualidad. Con 30 puntos de presión impositiva, una de las más altas de América Latina. Con inversores y empresarios que decidieron abandonar nuestro país. Y con una sociedad que está harta, cansada y que acaba de decir rotundamente basta en las urnas.
Es posible y es necesario, a pesar de haber perdido en este tiempo tantas oportunidades. Tras las elecciones, el Gobierno acentuó sus medidas improvisadas y nunca elaboró una nueva hoja de ruta para una Argentina que necesita, más que nunca, terminar con la inflación, con la inestabilidad y con la falta de reglas claras.
La primera oportunidad desperdiciada fue la de no haber comprendido que de esta crisis no se sale de manera individual ni gobernando para la tribuna. No era momento para plantear un partido mezquino, como lo hizo el Gobierno. No era momento de banderas partidarias ni egoísmos personales. Era momento de hacer del diálogo una verdadera herramienta de trabajo para lograr transformaciones. Era momento de cerrar la grieta, a pesar de las diferencias y las distancias ideológicas. La coyuntura así lo exigía y el contexto histórico así lo merecía.
Y no sólo cerrar la grieta y abrir puentes de diálogo y consenso entre la dirigencia política sino también con el sector privado, con los empresarios, con las universidades, con los sindicatos, con los trabajadores, con los países vecinos, con los socios estratégicos y con todos aquellos que siguen confiando en nuestras capacidades. Este era el momento de convocarlos y decirles que este país, nuestra Argentina, los necesita.
La segunda oportunidad que se dejó pasar fue la de plantear verdaderas políticas de Estado. Todos sabemos que desde 1983, la única política que se respetó y consolidó fue la democracia. Sin embargo, el gobierno no aprovechó estos meses para plantear políticas ni programas más robustos, que tengan amplio consenso, y que estén diseñadas para el largo plazo. Mucho se dijo acerca de esta necesidad durante la campaña electoral, pero sólo fueron eso, dichos que después no tienen continuidad en la realidad. No hay experiencia en el mundo de crecimiento sin antes haber logrado cierta estabilidad y haber definido consensos básicos.
Y por supuesto, la tercera oportunidad desaprovechada fue la de sincerarnos. La de decir la verdad y partir de un diagnóstico real. La confianza se genera con presupuestos creíbles y no con dibujos ni planes ficticios. Nadie confía cuando no se dice la verdad. Por eso nosotros vamos a insistir ante el oficialismo para que marque un camino sincero para que Argentina recupere la senda de la sensatez, el crecimiento y el desarrollo.
Por último, la cuarta oportunidad perdida fue la de escuchar y comprender realmente lo que los argentinos quieren, tal cual lo expresaron en las urnas este 2021. La sociedad interpeló de manera contundente a toda la dirigencia política, y particularmente al Gobierno, con un mensaje claro: así no va más. La improvisación no va más. La mentira no va más. Los privilegios no van más. Y la soberbia para gobernar no va más.
Es en el voto, en la expresión de la gente, dónde radica principalmente la esperanza que puede impulsar un nuevo rumbo. Porque a pesar de todas las anteriores dificultades, el 14 de noviembre empezó a gestarse una nueva oportunidad. Los argentinos nos dijeron que es necesario dar vuelta la hoja y nos marcaron un camino distinto, donde el trabajo y el respaldo a la producción son los motores indispensables para garantizar el desarrollo y el porvenir de los argentinos.
Y en función de ese objetivo, de ese mensaje que se escuchó fuerte en el 2021, es que tenemos que consolidar este sentimiento de cambio. Donde el valor de la palabra se respeta, el esfuerzo vale la pena y hacer las cosas bien tiene su recompensa. Ahí están los valores y ahí está la fuerza para empezar a consolidar una Argentina que le permita a los empresarios invertir, a los trabajadores crecer y a los jóvenes tener la expectativa de un futuro mejor en el país al que amamos, respetamos y queremos ver salir del laberinto eterno. No solo es posible, es necesario que lo hagamos. Con más dialogo, con más consenso, con la verdad sobre la mesa, sin reduccionismos ideológicos y pensando en todos los argentinos.