Carlos Rolando Acosta, alias «Carlinchi», enfrentará a un tribunal en noviembre: llega libre al juicio. Los ataques continuaron durante ocho años según la imputación en su contra. El miedo y la vida de la víctima hoy.
A fines de marzo último, Miki se escondió donde pudo luego de que diez varones se turnaran para humillarla y penetrarla por la fuerza en una previa de alcohol en una casa frente a la canchita del barrio Santa Rosa en Florencio Varela y en medio de los mensajes por chat de la madre de uno de sus abusadores que la amenazaba con «partirle el alma». No había un patrullero que vigile en su puerta. Miki tenía que moverse. Tenía 17 años.
Había vivido durante meses en el rancho de chapa de su tía Isabel, que quedaba en la villa detrás de la cancha de Defensa y Justicia. Isabel se dedicaba a juntar cartón y chatarra con un carro tirado por un caballo flaco al que se le notaban las costillas, criaba siete chicos entre basura quemada en barriles oxidados, la goma quemada de los cables pelados para cosechar el cobre y revenderlo. Llegó ahí tras vivir en un hogar de menores, llevó a su bebé de tres años a la que le había dado su propio apellido, y no el del padre.
Tras irse del rancho de su tía, Miki se fue vivir a otro asentamiento en el sur del Conurbano, a la casa de una amiga que se había incendiado semanas atrás. Las paredes estaban todavía húmedas del agua para apagarlas y había pilas de ropa para chicos ya inservible de tan mojada; flecos de plástico donde debería haber puertas. Allí la encontró Infobae en abril de este año. Dio una entrevista. «Antes tenía que callarme, pero ahora aprendí a hablar», dijo. Había una mujer ahí que cuidaba de Miki, la mamá de su amiga, quizás la única figura maternal en su vida: su madre biológica la había abandonado hace años, poco después de que naciera su bebé. En su nueva casa, Miki tenía un vecino, alguien a quien ya conocía: Carlos Rolando Acosta, «Carlinchi», su padrastro. El hombre de 46 años vivía a pocas cuadras de ella. Y Miki le temía profundamente. Vivió junto a él durante casi siete años, mientras su madre biológica limpiaba casas por unos pocos pesos al día. «Carlinchi» se quedaba en la casa en su silla de ruedas, sin trabajar, cobraba una pensión por invalidez. Tenía un viejo antecedente penal de 1992 por salir a robar a mano armada.
A Miki, según la acusación en su contra, «Carlinchi» la atacó sexualmente durante siete años, desde que tenía ocho hasta sus 15, cuando se fue de la casa luego de que la beba nació.
Hay violadores que embarazan a sus víctimas. Esos bebés nacen. A veces se parecen a sus padres. Miki habla de su hija como lo mejor que le pasó en la vida, como lo único que tiene. Y es algo paradójico: la bebé tiene los ojos de su padre, que es el padrastro de Miki, «Carlinchi».
Miki lo denunció en la Justicia, una causa que recayó en la UFI Nº8 de Varela, la misma que recibió la causa de la manada. Hubo pruebas en contra de Acosta: los estudios de ADN confirmaron la paternidad de la bebé. «El análisis dio que era el padre, 99 por ciento, y al tipo nunca lo encerraron», dice alguien cerca de Miki, un joven de su familia, poco más de un adolescente que se convirtió en su sostén emocional: «Nunca pasó nada. Y ahora que mi hermana visibiliza todo lo que le pasa, que se anima a hablar, entonces las cosas se mueven».
En noviembre próximo, el padrastro finalmente irá a juicio. Llegará libre al proceso en su contra, en vez de transportado por un móvil gris del Servicio Penitenciario Bonaerense. No está detenido.
El Tribunal Oral Nº1 de Florencio Varela integrado por los jueces Florencia Gutiérrez y Jorge Moya enjuiciará en una única audiencia a «Carlinchi» por el delito de abuso sexual con acceso carnal doblemente agravado por ser cometido por el encargado de la guarda y por aprovechar la convivencia preexistente con un menor de 18 años de edad. La pena máxima para esta calificación es de 20 años de cárcel. Hay otras cosas terribles en el sumario: los abusos habrían sido a punta de pistola.
Mientras tanto, la causa por la violación en manada continúa. Miki se encuentra asesorada por un abogado del niño: sus presuntos agresores se encuentran con prisión preventiva en distintos penales de la provincia en una causa bajo la firma del juez Diego Agüero, titular del Juzgado de Garantías Nº6 de Varela, que sistemáticamente denegó excarcelaciones y optó por una perspectiva no solo de género sino también de clase al tener en cuenta la situación de extrema pobreza de la víctima. Miki, abandonada por su madre biológica, tuvo que esconderse en una casilla incendiada de una villa. Sus presuntos agresores tienen abogados particulares, padres presentes con empleos que van a protestar a tribunales y cortan calles para que los liberen y aire acondicionado en sus casas.
Las pericias al cuerpo de Miki realizadas poco después de que hizo la denuncia en la Comisaría 1° encontraron restos de semen y sangre en su interior, los resultados de los estudios de ADN a la sangre extraída a los imputados se conocerán a fines de este mes, una serie de análisis a cargo de los laboratorios de la Procuración. Las amenazas que recibió de la supuesta madre de uno de los acusados para que retire la denuncia, en donde fue tratada de «puta» y «mogólica», ya fueron presentadas ante la Justicia.
Miki va con frecuencia al Juzgado Nº6 a informarse de lo que pasa en su causa, encontró contención y empatía en un ámbito que muchos creerían de hostilidad hacia la víctima. En el Juzgado, Miki habla. La causa por la violación en manada que sufrió no le genera angustia, ansiedad.
La causa contra «Carlinchi», sí.
La aterra.
Miki nunca volvió a cruzarse a su padrastro, no en el tiempo en que vivió en la casa de la mamá de su amiga, a pesar de que el hombre residía a metros de ella. «Le hizo la psicológica desde chica, le decía que era su novia, le escribía cartitas», dice un familiar de la víctima: «Mientras tanto la amenazaba, el tipo tenía armas. Le decía que no cuente, que la iba a lastimar a la mamá de ella si lo hacía. Y mientras el tipo no hacía nada. No laburaba. Estaba ahí en la silla de ruedas, el ‘Carlinchi’. Era un vago más».
Eventualmente, Miki llegó a la pubertad. Los otros varones del barrio eran un problema para «Carlinchi»: «Se ponía celoso el tipo, no quería que ella salga. Manipulaba a la madre», dice el familiar.
El embarazo de Miki fue notado por su familia ya en el sexto mes. Les parecía inusual. Miki rara vez salía, salvo para ir al secundario. Cuando su madre le preguntó, aseguro que el padre era «un pibito del barrio». Nadie señaló a Carlos Acosta, excepto Miki misma: la imputación en contra del padrastro data de diciembre de 2017 según los registros del Ministerio de Seguridad.
Miki ya no vive en la casa quemada en donde la encontró Infobae. Se mudó con su hija a otro lugar. Su familia envía la foto que ilustra esta nota: «La manda mi hermana, para que veas que está bien, manda saludos», dice el joven. Lleva a su hija al jardín de infantes, volvió a la secundaria. Cumplirá 18 años el mes que viene. Quiere aprender a bailar.
Su mamá biológica no volvió a hablar con ella. Vive en otra provincia.(Fuente Infobae)